Victor Urrutia, sociólogo urbano. Movimiento ciudadano, movimiento vecinal o movimientos sociales urbanos (MSU) son los tres conceptos más extendidos para denominar a uno de los procesos asociativos más significativos y políticamente innovadores de la ciudades desde el posfranquismo (1966) hasta el comienzo de la democracia municipal en España (1980).
Aunque en estas notas me referiré a este período, un poco más amplio que el asignado a la Transición, quiero señalar dos evidencias:
Una actual: el Movimiento Ciudadano es hoy un movimiento todavía vivo.
Otra “antigua”: en aquellos años de la dictadura, el Movimiento Ciudadano no fue un hecho aislado. Fue eco de otros movimientos similares que se registraron en otras ciudades europeas (francesas e italianas principalmente).
La relevancia y potencial político del Movimiento Vecinal adquiere mayor visibilidad en la recta final del franquismo y en el inicio de la construcción democrática, una vez cerrado el proceso electoral que culminó con las elecciones municipales de 1979. En este período, que puede estimarse aproximadamente entre 1975 y 1979, las grandes ciudades españolas fueron testigos de toda una serie de luchas urbanas que constituyen un hito de la historia local contemporánea.
Es un capítulo imprescindible para comprender no sólo la transformación social del país sino también cómo se gestó la Transición en su conjunto. Es más, el movimiento ciudadano español constituye, junto con el movimiento obrero, una experiencia histórica singular en la medida en que apenas han existido casos de desarrollo de tales movimientos de masas en las condiciones de represión política y social, propias de la dictadura franquista .
Para hacernos una idea cabal del potencial asociativo del movimiento vecinal, de su extensión en el Área Metropolitana de Bilbao, detallo a continuación algunos datos:
Asociaciones de Vecinos y socios inscritos en el A.M. (1980)
Zona Registradas Activas Socios
Bilbao 33 30 11.547
Margen Izquierda 30 27 8.537
Margen Derecha 10 6 1.702
Ibaizabal 12 10 3.156
Total 85 73 25.142
Fuente: V. Urrutia El Movimiento Vecinal en el AMB 1985, pag. 219
En otras palabras, no existía otro movimiento u organización social más potente que el movimiento vecinal. Eso explica su papel como condicionante de las decisiones municipales
desde la muerte del dictador (1975) hasta la constitución de las primeras corporaciones democráticas en 1979. E incluso después de esta fecha hasta el asentamiento de los partidos políticos en la gestión municipal durante la primera legislatura (1979-1983).
[1] Datos y referencias tomados de mi publicación: El movimiento vecinal en el área metropolitana de Bilbao. IVAP. Oñati 1985
¿Qué aportó a la democracia, a la cultura cívico-participativa de nuestras ciudades y cuál es su legado en este siglo XXI?
Sin ánimo de exhaustividad, señalo varios aspectos destacables de este legado:
Aunque pequemos de reiteración, debemos afirmar que el movimiento vecinal no fue algo marginal. Tuvo, como se puede comprobar en el cuadro anterior, una penetración territorial amplísima. No hubo zona o barrio del área metropolitana que no contara con una asociación, con una organización de base dispuesta a reivindicar las demandas planteadas por los vecinos.
El Movimiento Ciudadano, abrió el camino de las prácticas democráticas de la participación cívica. Fue, como se decía entonces, auténtica plataforma de “escuelas de democracia”, creador de una cultura cívica que facilitó el encauzamiento de todo tipo de problemas vecinales: carencia de centros escolares, centros de salud, infraestructuras, transporte y contaminación. No fue fácil encarar estos problemas con un sistema represor y sin disponer de recursos materiales o económicos por parte de las asociaciones. Por ello tuvo más mérito que otros movimientos urbanos europeos que se movían en contextos democráticos.
Más allá de su incidencia política como movimiento antifranquista, el Movimiento Ciudadano fue el precedente más sólido del Movimiento Ecologista. La búsqueda de una mejor calidad de vida urbana constituyó uno de los detonantes de la conciencia medioambientalista que hizo frente a las altas cotas de contaminación del aire (por ej. los casos de Baracaldo, Leioa o Erandio), la del agua (ría del Nervión). La térmica de Santurtzi, Sefanitro de Baracaldo, Dow-Chemical en Leioa-Lamiako y otras muchas fábricas fueron objeto de protesta vecinal por la carencia de controles administrativos en sus emisiones de gases que, en la década 1967-77, hicieron de las Asociaciones Vecinales las pioneras del ecologismo. Habría que añadir, otras acciones tales como la presión contra el vertedero de Artigas (Recaldeberri) y el proyecto de la central nuclear de Lemómiz.
Los MSU contribuyeron a la socialización político-cultural y a la cohesión de los barrios. Todo ello en un contexto de confluencia de intensos procesos de inmigración y urbanización (1965-75). Procesos en los que la población rural fue llegando a las ciudades en condiciones críticas. La defensa de los intereses colectivos protagonizada por las Asociaciones de Vecinos, al margen de su eficacia reivindicativa, generó en la ciudadanía un estímulo colectivo por los asuntos públicos y potenció la integración comunitaria de los barrios. En torno a ellas coincidieron movimientos eclesiales de base, activistas culturales y deportivos, profesionales, etc. conformando las primeras redes de acción cívico-política.
Este factor adquiere un carácter singular en el País Vasco, dada su segmentación social, sus códigos culturales y la intolerancia heredada del franquismo y la represión política. Sólo en una época tardía, iniciada ya la etapa democrática, el nacionalismo vinculado a Batasuna intentó controlar un sector del movimiento vecinal y el PNV, en el caso de Bilbao, creó una red alternativa basada en los batzokis para contrarrestar el peso de las Asociaciones,
El progresivo desarrollo de la democracia alteró cualitativamente la estrategia de los MSU y su articulación política en un doble sentido: con las instituciones democráticas y con sus bases sociales.
La “llegada” a la democracia no respondió de forma homogénea a las expectativas que de ellas se habían trazado las fuerzas políticas que lideraban los MSU. La posibilidad de alcanzar “la sociedad socialista” se mantuvo hasta el inicio de los primeros procesos electorales de la democracia. Por otra parte, el bienio 1977-79 que distanció las elecciones generales de las municipales, abrió en varias ciudades un “vacío de poder” contribuyendo a reforzar el peso del movimiento vecinal frente a las corporaciones predemocráticas especialmente en aquellos ámbitos que afectaban a proyectos urbanísticos de los distritos y barrios periféricos.
Así pues, aquellas expectativas ideológicas y el propio proceso de transición política proyectaron en la década de los ochenta, “modelos de integración ciudadana” diferenciados.
En los lugares en los que los gobiernos locales fueron regidos por fuerzas de izquierda, la incorporación de las reivindicaciones vecinales a los programas municipales fue inmediata o relativamente rápida. En estos casos, la articulación política entre MSU, instituciones y base social se produjo sin grandes problemas. Por otra parte, el trasvase de líderes vecinales a los cuadros políticos del PSOE o del PCE provocó un vaciamiento en la dirección de las organizaciones vecinales y, consecuentemente, una pérdida de capacidad de movilización y de crítica frente a las nuevas corporaciones democráticas. Así, podemos hablar de una “reubicación” o transferencia de roles políticos en gran parte de los cuadros ciudadanos que pasaron a reforzar las nuevas instituciones democráticas, contribuyendo, desde los partidos políticos, a la construcción de los gobiernos locales.
En líneas generales, con la normalización democrática, se estableció un doble proceso interactivo:
a). Desde las instituciones locales que asumieron el conjunto de las reivindicaciones vecinales, el respeto hacia las asociaciones interiorizando la “idea de la participación ciudadana” y priorizando las políticas urbanas en los barrios periféricos de las ciudades.
b). Desde las organizaciones ciudadanas que moderaron sus objetivos y actitudes hacia las instituciones, admitiendo “su cota de representación cívica”.
De la interacción de estos procesos, de la mejora de la calidad urbana de nuestras ciudades y de la creación de nuevas redes asociativas –en un contexto de cambio generacional y consolidación democrática- el Movimiento Ciudadano fue cediendo el protagonismo a otras reivindicaciones y organizaciones sociales. El fruto del esfuerzo de miles de ciudadanos anónimos, los que apoyaron y participaron en él, ha quedado patente en la historia de nuestras ciudades.
En otras palabras, el legado que hemos heredado ha sido y es: su contribución al bienestar de la ciudadanía haciendo efectivo el derecho a la ciudad, el ejemplo de su lucha por la igualdad social en los barrios y pueblos, y la creación de una conciencia cívica que, desde las generaciones que hicieron posible la democracia, se ha transmitido a las actuales.
VÍCTOR URRUTIA Catedrático de Sociología Urbana de la UPV/EHU