Imaginemos una calle en la que todos estuvieran dispuestos a dar, prestar y compartir. Imaginemos que los vecinos pudieran recurrir a un ‘banco’ de recursos y de tiempo cuando necesitaran algo que no tuvieran. Imaginemos que el intercambio de favores generara un renovado espíritu de comunidad y ayuda mutua.
Esa calle «virtual» existe y se llama Streetbank. Más de 23.000 vecinos de los lugares más dispares (entre ellos, España) han decidido derribar las barreras y crear auténticas redes sociales con raíces en lo local. No estamos ante un «banco» propiamente dicho, sino ante un sistema que permite compartir e intercambiar todo lo imaginable con quienes compartan nuestro código postal. El criterio básico es la proximidad, aunque la «moneda» global de cuño es la generosidad.
En Chiswick, al oeste de Londres, son ya 540 miembros los que han abonado al ‘banco’ de calle, que cubre un radio aproximado de un kilómetro. Tess Riley, 28 años, es una de las más activas. Hasta la fecha ha realizado unos 30 intercambios: ha prestado su bicicleta, ha pedido prestadas unas sillas, ha regalado muebles, cojines y un martillo, le han dado plantas, ha regalado clases de francés e inglés, le han enseñado guitarra.
«La gente se apunta a Streetbank en principio para ahorrar dinero», admite Tess, que lleva también la comunicación del grupo. «Pero el mayor descubrimiento es el sentido de comunidad que se va creando. No sólo conoces por fin a tus vecinos, sino que aprendes a confiar en ellos. El primer contacto lo haces porque compartes un código postal, pero lo importante es sin duda la relación humana que se va generando con la cadena de intercambios».
Tal día como hoy, dos miembros de Streetbank se dejan caer por la casa de Tess en Chiswick. John Limpus, rastrillo en mano, y Toby Richardson, subido a la escalerilla, dan fe de cómo está cambiando el vecindario gracias a la red local.
«Es una gran manera no sólo de conocer sino de conectar con tus vecinos», asegura Toby, que suele dejar sobre todo sus bártulos de camping y pide prestadas herramientas de bricolaje. «Me gusta vivir en un sitio en el que conozco a la gente, te acabas sintiendo orgulloso de donde vives».
Compartir con los vecinos
Esa fue precisamente la idea original de Sam Stephens, el fundador de la red, cuya visión de futuro se resume tal que así: «Compartir entre vecinos tiene que ser algo tan común como salir de compras».
«Creo sinceramente que la gente es generosa, aunque admito que sería aún más fácil en un entorno que fomentara la generosidad», sostiene Stephens. «En el fondo, esa es la idea de Streetbank: facilitar la generosidad entre vecinos, lograr que los barrios sean lugares más vivibles y agradables».
Stephens trabajó durante años como ‘headhunter’, con misiones tan espinosas como encontrar un director ejecutivo para un famoso club de fútbol o un asesor a la medida para el titular del Foreign Office. Decidido a dar el salto al emprendimiento social, Streetbank le vino a la mente en el 2010 por mera asociación de experiencias e ideas.
Todo empezó cuando tuvo que pedirle leche al vecino. Acabaron haciendo migas y derribando la valla que separaba los dos jardines para tener un espacio compartido más amplio. Aunque la luz se le encendió el día que vio a otro vecino podando un seto y pensó en si no sería más razonable tener una solas tijeras compartidas para toda la calle, si en realidad las usamos un par de tardes al año.
Los aperos de jardinería (el auténtico deporte nacional en Reino Unido) son acaso los utensilios más compartidos en Streetbank. «Todo lo que tiene que ver con el jardín o con la comida levanta auténticas pasiones», volvemos con Tess Riley, que también ha dado ocasionalmente clases de cocina vegetariana a sus vecinos. Las celebraciones de ‘food tasting’, con pan casero o los imprescindibles ‘pies’, le dan sabor y color a las redes locales de Streetbank.
‘Dar, prestar y compartir’
En contraste con los bancos de tiempo (donde el intercambio es puntual) o con redes como Freecycle (donde la consigna es desprenderse de algo o conseguirlo gratis), Streetbank fluye indistintamente alrededor de los tres criterios: dar, prestar y compartir. Hacerse miembro es gratis, aunque la única condición es aportar algo, que puede ser simplemente un viejo libro o un CD.
«La gente puede pensar de antemano: ¡Pero si yo no tengo nada que dar!», advierte Riley. «Lo cierto es que todos tenemos mucho que podemos dar, y el mero hecho de apuntarnos a Streetbank puede llevarnos a iniciar una relación distinta con nuestras pertenencias ¿De qué nos sirve acumular? ¿No es más lógico compartir lo que apenas usamos?«.
Streetbank echó a andar con la aportación personal de Sam Stephens y ha seguido funcionando gracias al apoyo la incubadora Nesta. La idea es buscar ahora el respaldo de una junta de distrito londinense para movilizar todos los recursos vecinales calle a calle y extraer el auténtico potencial de la idea, que sigue creciendo y ambiciona con llegar a los 100.000 seguidores este año.
En el Estado funcionan ya media docena de grupos, en lugares como Granollers, Alcalá la Real, Roquetas de Mar o Zaragoza. Emma Rué se apuntó en Barcelona, aunque aún está esperando su primer intercambio efectivo. «Creo que aún tenemos una baja masa crítica para una ciudad tan grande, aunque estoy convencida de que la idea puede funcionar en barrios como Gracia, quizá en Sants, con bastante gente joven. En nuestra generación es cada vez más habitual esto de dejar y compartir cosas personales, y más si hay reciprocidad».