A pesar de que reconocidos pedagogos afirman que uno de los comportamientos más importantes en el desarrollo de los niños y niñas es la autonomía de salir solos y solas de casa, cada vez son más los que acuden a la escuela a diario en el coche familiar incrementando el riesgo de atropello, contaminación y ruido.
Algo tan rutinario y aparentemente sencillo como ir andando a la escuela, ya no está en la mano de muchos de los niños y niñas de Euskadi. Cada vez son más los que en función de la situación laboral y/o económica de sus padres y madres acuden a la escuela a diario en el coche familiar. Esta situación trae como consecuencia un, cada vez mayor, colapso de las entradas y salidas de los centros escolares, además del correspondiente riesgo de atropello, contaminación y ruido.
Todo ello a pesar de que, según afirman reconocidos pedagogos, uno de los comportamientos más importantes en el desarrollo de los niños y niñas, es la autonomía de salir solos y solas de casa. Y es en este sentido en el que se impone una reflexión. ¿Qué ha sucedido para que no confiemos en dejar a nuestros hijos e hijas ir solos por la calle? ¿Cuál es el elemento determinante que hace que nuestras ciudades padezcan este nivel de inseguridad? Si la respuesta es el tráfico rodado, quizás es hora de tomar cartas en el asunto.
Cada vez que a un niño se le permite ir sólo a la escuela, la familia está depositando en él la confianza necesaria para hacer algo por sí mismo, sin la presencia y protección de un adulto
Esta situación no es sino una reproducción de lo que ocurre en el conjunto de nuestras principales ciudades con respecto al tráfico, ya no sólo en las horas punta. Las calles y plazas, antaño lugares de encuentro y socialización de los habitantes de la ciudad, han mermado cuando no desaparecido, bajo la presión de la falta de espacio para que todos nuestros vehículos circulen y en el peor de los casos aparquen.
En este contexto, el proyecto de educación ambiental “Camino Escolar” está basado fundamentalmente en que los niños y niñas puedan ir andando a la escuela de forma autónoma y segura, sin la presencia indispensable de los adultos, y por tanto poder realizar los cambios que lo hagan posible.
Autonomía personal
Por un lado nos permite trabajar la autonomía personal. Cada vez que a un niño o a una niña se le permite ir sólo o sola a la escuela, la familia está depositando en él la confianza necesaria para hacer algo por sí mismo, sin la presencia y protección de un adulto. El niño o la niña afronta un reto de responsabilidad que en la actualidad son cada vez menos y se retrasan hasta edades mucho más tardías, retrasándose también su periodo de maduración.
Por otro lado, se incentiva la socialización de los menores fuera del ámbito meramente escolar y se facilita que los niños y las niñas busquen la compañía de sus vecinos y vecinas para hacer el recorrido a la escuela sea o no la misma. En muchas de las encuestas realizadas a niños entre 7 y 12 sobre con quién prefieren hacer el camino a la escuela destacan dos repuestas. Una es que buscan a los vecinos y vecinas para hacerlo y la segunda que demandan ir sin adultos. No debemos olvidar que hoy en día muchos niños estudian lejos de su barrio o ciudad y por ello sufren un cierto, llamémosle, desarraigo con respecto al entorno más inmediato ya que los amigos y amigas hechos en el colegio viven lejos de él cuando se trata de disfrutar del tiempo de ocio.
A menudo las situaciones de riesgo creadas por el tráfico con respecto a los niños y niñas en edad escolar se dan por los vehículos de otros padres y madres del propio centro escolar
Como decíamos al principio, como proyecto de educación ambiental que es, el proyecto de “Camino Escolar” nos facilita poner en tela de juicio el modelo de movilidad actual, basado en el transporte privado frente al público y el transporte motorizado frente a otros menos contaminantes (a pie o bicicleta). Nos permite además abordar problemas locales como la contaminación atmosférica y acústica y problemas globales como los gases de efecto invernadero, el calentamiento del planeta o el cambio climático. Y lo que es más importante, nos permite incentivar actitudes que contribuyan a su resolución.
Pero además nos permite trabajar desde una perspectiva también más cercana a toda la comunidad educativa y llegar así al personal docente del centro y a las madres y padres del alumnado, pero también a todos los agentes sociales que viven en el entorno del centro y que constituyen su entorno más inmediato y sin los que los cambios que se den en la ciudad no serían más que ensayos sin visos de permanencia. Y es que a menudo las situaciones de riesgo creadas por el tráfico con respecto a los niños y niñas en edad escolar, se dan por los vehículos de otros padres y madres del propio centro escolar, pero también por furgonetas de reparto, por coches a demasiada velocidad, etc. Por ello se incentiva la participación de vecinos y vecinas y asociaciones que ven en el camino escolar una oportunidad de colaborar sin grandes esfuerzos.
De forma paralela, se incentiva la participación de los propios escolares en la resolución de los problemas de su comunidad, línea de actuación que enlaza directamente con los objetivos de la Agenda 21 ya sea local o escolar. En algunos de los barrios donde se ha implantado en Euskadi, los escolares han colaborado por ejemplo en la sensibilización de la población, mandando escritos, repartiendo información, colocando pegatinas de identificación entre los comerciantes de su barrio o explicando ante las cámaras de los medios de comunicación qué les ha aportado esta implicación.
Cohesión social
Por último, como estrategia de cohesión social, la idea de camino escolar nos permite poner en relación y trabajar conjuntamente a diferentes ámbitos de la ciudad en pro de la resolución de problemas comunes. La administración local como elemento gestor del espacio físico y que dispone de los medios técnicos necesarios para la intervención. Las asociaciones como medio de divulgación y de manifestación de las necesidades y problemas de la comunidad, los padres y madres como interlocutores de los problemas de seguridad de sus hijos y como ejecutores de algunas medidas de prevención.
En algo pues, tan aparentemente sencillo como poder ir andando a la escuela, es el conjunto de la sociedad la que se pone a prueba. Si una ciudad resulta segura y agradable para aquellos usuarios de la calle con más dificultades como son los peatones y en este caso los peatones más pequeños, será segura y agradable para todos los demás. En este convencimiento algunas ciudades europeas están dando pasos importantes en la transformación de sus calles, aceras, plazas etc. y en Euskadi ya son varios los municipios que están incluyendo este programa en sus planes de actuación.
Evidentemente queda mucho camino por hacer en la transformación de nuestras ciudades en lugares más habitables, pero lo importante es que cada uno de nosotros puede aportar algo para conseguirlo, y hay que querer hacerlo