En 1898, Ebenezer Howard introdujo el concepto de ciudad jardín. Uno de los mayores aportes de este concepto fue la inclusión de un suelo de uso agrícola dentro del diseño de la ciudad que fomentaba la producción, distribución, preparación y consumo de productos agrícolas así como la reutilización de sus residuos. La más clara aplicación de este concepto se encuentra en el Plan del Gran Londres de 1944 desarrollado por el arquitecto Leslie Patrick Abercrombie.
Posteriormente Le Corbusier (1924) y Frank Lloyd Wright (1930) hicieron aportes importantes con su visión futurista de lo que podían ser las ciudades y su relación con la agricultura. Le Corbusier, en su libro La ciudad del futuro describe cómo la agricultura urbana podría ser ubicada dentro de los suburbios designando, para cada casa, un espacio de jardín destinado al cultivo de hortalizas. Por otro lado, Wright, en su libro La ciudad viviente imaginaba un desarrollo de ciudad paisajístico dónde cada familia disponía de un espacio de tierra designado para el cultivo como una estrategia de autoabastecimiento.
Hoy en día, el término agricultura urbana puede interpretarse como la producción de alimentos en el interior de las ciudades, pero, hasta ahora, no se había establecido una definición formal para este término y en consecuencia, podía abarcar prácticamente cualquier actividad, desde el cultivo de plantas hasta la crianza de animales. Sin embargo Graciela Arosemena (2014) la ha definido como:
“Puede considerarse que agricultura urbana es toda actividad relacionada con el cultivo de alimentos próximos a la ciudad y en la que el destino final de su producción sea abastecer a dicha ciudad; es decir, que la producción forme parte del sistema agroalimentario urbano (producción, distribución, consumo y gestión de residuos orgánicos generados)”1
Según Arosemena, hasta ahora, a excepción de algunos casos, la iniciativa social ha sido el principal motor de la agricultura urbana, tanto en países en vías de desarrollo como en los desarrollados. Su introducción dentro de la ciudad puede implicar intervenciones en espacios públicos y, con ello, generar un equipamiento urbano asociado a la producción de alimentos de la ciudad. Al mismo tiempo, éste equipamiento, introducido de manera planificada, representa una oportunidad para integrar el tejido urbano vinculando la agricultura con la gestión de recurso naturales como las aguas residuales y residuos orgánicos. Por otro lado, promueve también la cohesión social, fortaleciendo los vínculos comunitarios y generando un sentido de pertenencia.
En síntesis, estos modelos de agricultura, con el tiempo, se han transformado en algo más que técnicas de autoabastecimiento como lo planteaban Le Corbusier y Wright, debido a su dinámica social colaborativa y al efecto que estas han tenido sobre los que participan en ella. Basados en estas teorías, podemos pensar en la agricultura urbana como una estrategia de Urbanismo Táctico que otorga beneficios a la ciudad y sus habitantes, mas allá de la producción de insumos de consumo alimenticio implícita en ella.
1Arosemena, Graciela. Agricultura urbana, espacios de cultivo para una ciudad sostenible. Barcelona. Gustavo Gil. 2014. 127 p.