El octubre rosa. Artículo elaborado por Estíbaliz Ruíz de Azua. ÉL nunca pensó que a ella le podía pasar nada malo. Era joven, no llegaba a los 40. Hasta esa mañana, en la que vio su número en el teléfono y una voz entrecortada le decía: Soy yo. Estoy en el hospital. Ven.
En ese primer instante no recordaba qué hacía ella en el hospital. ¡Ah sí! Tenía una revisión, de esas rutinarias. Se lo había comentado la víspera, y cuando le preguntó si quería que la acompañara le dijo que no, que solo era una revisión.
Ahora ella le llamaba desde el hospital para decirle que fuera, que le habían detectado un tumor en la mama, que tenía un cáncer. ¿Había entendido bien? ¿Había dicho un cáncer de mama?
Dejó todo lo que tenía entre manos, esbozó una excusa ante los compañeros y salió corriendo hacia el hospital. No tardó mucho en llegar, no estaba muy lejos. Tuvo que volver a llamarla para preguntarle dónde estaba. Aquí, en la primera planta, en el pasillo, junto al ventanal. Allí estaba, igual que cuando la vio salir a la mañana temprano de casa. Igual y diferente, porque a partir de ese día todo sería distinto.
Sí, había entendido bien. El diagnóstico confirmó días después lo que le habían dicho esa mañana. Lo llamaban carcinoma ductal infiltrante, lo que traducido significaba primero analíticas, punciones, pruebas diagnósticas, pasar por el quirófano, tratamientos que la dejarían sin alma. ¿Y después? Después ya se vería.
Fue un año junto a ella. Un año de hablar cuando necesitaba hablar, y de callar cuando pedía silencios. Un año en el que entró a formar parte del selecto grupo de los otros. Los que sufren la enfermedad aunque no la padezcan. Un colectivo al que después se unirían los padres de ella, su hermano, sus amigas, sus hijas, y todos aquellos que la apreciaban. Un año que comenzó en octubre, en ese mismo octubre que días antes vio teñido de rosa.
19 de octubre. Día mundial contra el cáncer de mama.